jueves, 5 de marzo de 2009

la humanidad y el capitán Ahab....




Vivimos en un mundo completamente condicionado por el dinero y las prisas y todo ello provoca que muchas veces ni nos miremos a la cara, qué no nos demos los buenos días, que simplemente no nos sonriamos al cruzarnos. Vivimos en la era de la comunicación vía internet o móvil, dónde nos decimos las cosas importantes a través del correo electrónico, sms, de mensajes privados en perfiles, o simplemente por la voz.


Supeditamos el tacto, el olor, el sabor, la sensación de un buen abrazo, de un buen apretón de manos al vicio de la red, por comodidad, está claro, pero sobre todo porque es lo que nos está tocando vivir.


Aún recuerdo a mis abuelos sentados en la puerta de casa hablando con los vecinos, con los amigos, con el resto de la familia, hasta altas horas y por eso creo que me gusta tanto la gente. Ver lo que hacen, escucharlos, sentirlos.


Pero eso es cada vez más difícil. Buscamos la individualidad, el propio interés, la supervivencia y el no sufrimiento aún a riesgo de perder algo que por un poco de sacrificio podría, por ejemplo, acabar siendo la historia de amor de nuestras vidas.



Hace unos días casi 200 ballenas y delfines se encallaron en las playas de Australia y cientos de personas acudieron en su ayuda para intentar devolverlos al mar, o mantenerlos húmedos. Esa gente se unió por esos animales, por esas vidas indefensas y a mi se me erizo la piel, pero sobre todo cuándo supe que la mayoría de los animales que conseguían ser devueltos al océano volvían porque no querían dejar solos al resto de la manada.


Muchos expertos dirán que ese comportamiento es fruto del instinto animal gregario de estas criaturas, pero para mí una vez más la naturaleza nos da una lección única. Y sólo puedo pensar que las bestias somos nosotros.



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